Árbol

Cultivar la diversidad

Ser y pensar diferente devienen corrientes existenciales que obligan a cultivar la diversidad. Una expresión fidedigna del precepto en la sociedad cubana se distingue, por ejemplo, en los fundamentos del Código de las Familias, en la lucha por hacer valer el respeto a la pluralidad desde distintas aristas.

Pero esa concepción de lo diverso inunda también el plano ideológico. Aprender a convivir entre las diferencias irrumpe en la actualidad como prioridad, si de entendimiento y relaciones humanas se habla.

La reciente visita del Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y Presidente de la República Miguel Díaz-Canel Bermúdez a la provincia avileña, específicamente a los municipios de Bolivia, Primero de Enero y Venezuela, suscitó reacciones diversas en la red social Facebook. Lo más preocupante del asunto radica en las expresiones de rotunda negación a aceptar los fundamentos del otro, dígase quienes confían en el socialismo como el sistema social más justo.

Resultó visible un bombardeo de vulgaridades, de opiniones contrarias con ánimos de imposición a algunos usuarios, y de humor insensible e irrespeto sin límites hacia la principal figura política de la nación. Un escenario bastante desconsolador en materia de valores y educación.

Pensar diferente, contrariar ideas, puede terminar en un desenlace feliz cuando media el razonamiento y la voluntad de comprender a otros, pero también de tener la oportunidad de ser escuchados.

Un fuerte rechazo a las posturas comunistas se arraiga en las que muchos politólogos definen como redes anti-sociales, que discriminan, se burlan de las necesidades de un país saqueado a más no poder desde antaño por potencias desarrolladas y que requiere del trabajo de sus pobladores para apelar a la supervivencia.

Muchos connacionales que residen fuera de Cuba se alarman por la aguda crisis que asedia a la sociedad cubana. ¡Y no es para menos! De los que viven en la Isla, una parte nada despreciable tampoco comprende el porqué de muchos extremos.

Pero el hecho no justifica la arremetida malintencionada de algunos “compatriotas” —en muchos casos, familiares, compañeros de clase y amigos del barrio—, como si estuviéramos a gusto en medio de tantas carencias, y como si los que no emigran prescindieran del derecho a soñar y a construir el futuro mejor que creemos posible y que es, al fin y al cabo, el que tenemos al alcance de las manos.

Pudieran pensar y decir que poseen potestad para opinar, y es cierto; solo que pareciera como si las valoraciones estuvieran parcializadas, con predominio de aquellas enemigas acérrimas de las que osan expresar compromiso con impulsar las políticas en pos del progreso del país.

La suerte está echada, como se dice popularmente. El destino de cada municipio en Cuba dependerá de la educación de sus hijos; del trabajo eficiente, que tanto se ausenta de la sociedad; y del reclamo oportuno en el escenario correcto, sin ánimos de roce con la perfección.

La aguda crisis económica actúa en detrimento del pensamiento justo en algunos casos, tal vez sea el reflejo de aquella concepción filosófica de que “el hombre piensa como vive”.

Al análisis se integra la guerra no convencional, visible en las redes sociales. Dicho término fue conceptualizado por el gobierno de los Estados Unidos mediante el diccionario terminológico del Departamento de Defensa, en 1990, y resulta aplicable cuando hay una condición de movimiento de resistencia en un país objetivo y una población desgastada.

En la Directiva de Entrenamiento 1801 de las Fuerzas de Operaciones Especiales de Estados Unidos, uno de los documentos rectores, se formula que para que se dé la guerra no convencional deben haber, al menos, dos condiciones imprescindibles: la conveniencia y la factibilidad.

La primera traducción práctica descansa en que la guerra (sin armas de por medio) se llevará adelante si el movimiento de resistencia responde a los intereses del Tío Sam. La segunda enuncia el escenario proclive cuando dicho movimiento de resistencia sea fuerte, tenga el poder, y la población esté insatisfecha y desviada de su atención, en total desacuerdo con los gobernantes y sus políticas de trabajo. Sin dudas, una descripción que algunos, de manera malintencionada, pretenden hacer coincidir con la realidad cubana del momento.

Entonces intervienen las redes sociales, un espacio donde los usuarios se sienten invencibles, tras una aparente distancia diseminada en el entramado de la Internet. Sin embargo, estos indomables virtuales de la opinión apelan a las ofensas y a cuanto recurso indecente exista.

Se direcciona el trabajo hacia el subconsciente del individuo, ubicándolo en una especie de urna paradisíaca, donde el espacio físico y el real nada tienen que ver.

No se trata de vivir enajenados, porque a los problemas objetivos hay que llamarlos por su nombre; pero los cubanos debemos defender la construcción de un destino propio, con tradiciones auténticas, nunca importadas, y refugiados en la historia de Cuba.

El comportamiento antisocial en línea, enmarcado en el irrespeto, está en aumento. Este proceder atenta contra los beneficios de las redes sociales. Brinda cabida, por demás, a expresiones negativas como la disminución de la satisfacción personal con las tecnologías, y restringe la variedad de voces y las oportunidades de participación, a la vez que lacera las emociones y el prestigio de los internautas.

Por si fuera poco, incluye actos dañinos, como el denominado trolling (la provocación intencional de otros a través de comentarios irreverentes en línea), el bullying (comportamiento agresivo hacia un individuo o grupo) y el acoso (conducta abusiva dirigida a otros).

Una altísima responsabilidad descansa sobre los hombros de la alta dirección del país, en compañía de los trabajadores, hacedores de proyectos, y ávidos de la crítica oportuna y constructiva. Ese derecho debe entenderse como inviolable.

Mas, a la par del protagonismo del pueblo en cada proceso, debe marchar el compromiso de respetar al prójimo, de intercambiar criterios sobre la base de la humildad y la solidaridad, tanto en el espacio físico como en el virtual.

Resulta la ética otro eslabón ineludible en el engranaje de la comunicación que representan las redes sociales. El peligro de un diálogo digital insostenible acecha si no se enfrenta el fenómeno con responsabilidad intersectorial, incluido el escenario familiar.

En medio de un océano de opiniones, pensamientos y proyectos de futuro, a la par de disímiles corrientes de pensamiento, urge aprender a cultivar la diversidad.

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