Camagüey.- Cuando la maestra orientó la tarea de confeccionar una muñeca de trapo, primero les leyó un cuento. No cualquier cuento, sino La muñeca negra, de José Martí, publicado hace ya 136 años, en el cuarto y último número de La Edad de Oro. Así empezó todo: con literatura, con ternura, con la semilla de la sensibilidad sembrada en el aula. En casa, la lectura encontró terreno fértil. Tenemos nuestra edición de La Edad de Oro, una reimpresión de 2017 del Centro de Estudios Martianos. Volvimos al cuento, lo compartimos en voz alta. Y leímos también “La última página”, ese cierre conmovedor donde Martí se presenta como El hombre de La Edad de Oro, el que quiere regalarles el mundo a los niños, aunque no le quepa en la revista. Habla de electricidad, sí, pero también de esperanza. Dice que “la luz eléctrica hace pensar que las cosas tienen alma” y nos invita a soñar con “una vida de mucha dicha y claridad”, sin
odio ni ruido, como hermanos, con “el alma serena, como la de la luz eléctrica”. Leer eso junto a mi hija, en estos días de exámenes, de interrupciones eléctricas y angustias cotidianas, fue como encender una luz. Porque esa revista, con más de un siglo, sigue viva. Y Martí sigue diciendo cosas que se entienden mejor mientras más se vive. Mi hija ya comienza a mirar, con
ojos propios, nuestras angustias y nuestros sueños. Pero no fui yo quien ayudó a hacer la muñeca. Fui apenas la “comisión de embullo”, la que animó, celebró, trajo los hilos, tomó las fotos. La verdadera guía en esta travesía fue su abuela, que sabe coser, que tiene las manos llenas de saber, y que —como corresponde— no hizo trampas.
Algunos padres optan por pagar 100 pesos para que alguien confeccione por encargo estas tareas. Mami eligió acompañar con paciencia y con amor. De su aguja no salió la muñeca: salió la confianza para que su nieta la hiciera.
La muñeca se llama Ramona. Tiene carácter. Su nombre también. Empezamos por hacer la plantilla, luego ella diseñó su boceto digital, pieza por pieza hilvanada con atención. Usamos lo que había en casa: tijeras, alfileres, hilos, relleno. Ramona fue tomando forma entre conversaciones y puntadas,
entre risas y concentración, con esa paciencia que el trabajo manual exige y enseña.
Pero Ramona no era una muñeca cualquiera. Era también un pequeño experimento. Cuando la llevó al aula ayer, advirtió: “Antes debo aclararles que yo no hice los ojos. Se van a asustar”. Y sí, algunos se rieron (sin burla), uno se hizo el asustado, el maestro apenas dijo “Ah”, con un movimiento lento de cabeza. Nada grave. Pero lo importante es lo que quedó: la experiencia de haber creado algo propio, con sus manos, y haberlo compartido sin miedo.
Y es que, como dice una idea que rondó nuestras conversaciones: la gente no recuerda lo que vio, recuerda lo que sintió. Y este proceso estuvo lleno de sentir. Como cuando hablábamos del cuento de Martí, y mi hija decía que lo más bonito era que Piedad quisiera a Leonor “porque no la querían”. La idea principal, dijo, era: “Te quiero porque no te quieren”. Y así recordó a su Peggy, una cerdita de peluche que nadie miraba bien, pero que ella sí quiso. “Y todavía la quiero”, insistió con una ternura que no se enseña en ninguna asignatura, pero que está en todas.
Esta semana también le tocó presentar un trabajo práctico de Historia de Cuba. Eligió el tema dedicado a Martí. Contó que, aunque nunca visitó Camagüey, lo conocía bien gracias a sus amigos camagüeyanos, y que incluso guardaba un puñado de esta tierra en su oficina en Nueva York. Que su esposa era camagüeyana, y que valoraba tanto este lugar que confió a BEnrique José Varona la dirección de su periódico Patria.
Ramona, entonces, no es solo una tarea. Es un símbolo. De una familia que crea junta, de una abuela que enseña sin imponer, de una niña que observa, ríe, inventa. De una muñeca que, con su apariencia rara y su expresión peculiar, invita a los demás a mirar más allá. A mirar como Martí, con los ojos del corazón.
“¿Qué meme harías con Ramona?”, le pregunté. Y sin pensarlo mucho, soltó: “Yo a las tres de la madrugada cuando mis papás duermen: ¿Qué te parece si vamos al refrigerador?”. Porque así es ella: reflexiva, pero también divertida. Porque Ramona es fuerte, pero también graciosa.
Como madre, como El hombre de La Edad de Oro, quisiera ponerle el mundo en las manos a mi hija. No siempre cabe. Pero el corazón sí. Ramona nació de eso: de un corazón que cose, que lee, que acompaña. De una abuela, una hija y una nieta que encuentran belleza en la tela, en las palabras, en la risa.
Porque una muñeca de trapo puede llevar en sus costuras el amor de tres generaciones.