La vieja fábula de Mahoma y la montaña ha logrado hacerse realidad. Finalmente, la montaña ha llegado ante nosotros, ha tocado nuestra puerta y nos ha hecho creer que necesitamos cosas que nunca creímos necesitar.
Esa es la trampa de todas las plataformas digitales de compra a día de hoy.
Vamos deslizando el dedo scrolleando (esa horrenda palabra que se ha colado en nuestro vocabulario), para ir descubriendo segundo tras segundo nuevos deseos.
Los científicos comparan el impulso de seguir moviendo hacia abajo la pantalla del celular con la sensación que experimenta un ludópata al bajar la manija de una máquina tragamonedas. Esto no es accidental ni mucho menos.
Es conocido que Facebook y muchas otras plataformas de internet se aprovechan de estas ¿debilidades? o simplemente comportamientos de la naturaleza humana para mantenernos enganchados. Para ello se basan en lo que se conoce como “feedback de dopamina”.
La dopamina es un neurotransmisor vinculado al sistema de recompensa del cerebro que se libera cuando experimentamos algo placentero, o cuando anticipamos una recompensa. Es esto lo que lo hace tan peligroso. Puesto que no necesitamos recibir la recompensa en sí, sino que basta tan solo el creer que la vamos a obtener. La recompensa puede tratarse de un meme, un comentario gracioso, una noticia importante, o en el caso que nos ocupa un producto que podríamos necesitar…o no.
Realmente no importa, porque estas plataformas están diseñadas para seducirnos e incitarnos a comprar de una forma que casi podríamos comparar con una posesión demoniaca.
Poco se ha hablado en nuestro país de cómo han cambiado los hábitos de compra de los consumidores desde que Revolico (me refiero a los grupos de venta ubicados en Facebook) ha entrado en nuestra escena nacional.
Sin ser tan agresivo, ni tan sofisticado como las tan famosas plataformas de compra internacionales como Amazon, Aliexpress o Temu, no deja de presentar muchas similitudes con las anteriores.
Quizás la falta de opiniones al respecto se deba a la casi imposibilidad de ejercer algún tipo de legislación sobre este gigante tecnológico. De esta forma Revolico se ha convertido en el paraíso del mercado informal cubano. Un espacio sin regulación, que no cobra comisiones, un ecosistema perfecto para el abuso y la especulación y lamentablemente, también, una realidad necesaria.
Utilizada con responsabilidad como cualquier otra herramienta digital se convierte en una ayuda inestimable. Pero la consciencia, la responsabilidad y el decoro quedan dentro de cada quién para una discusión detallada consigo mismo.
Otra de las trampas es que, a día de hoy, no se venden tan solo productos sino también narrativas. El eterno látigo de las modas ha venido a colarse dentro de este oeste digital para imponer “lo que todos quieren tener”. No valoramos ya los productos por nuestros gustos personales sino, a merced de lo que la sociedad establezca como tendencia. Todos de una manera u otra hemos sido víctimas de este engaño.
Compramos lo innecesario porque las plataformas hackean nuestra biología, explotan inseguridades sociales, y eliminan la pausa reflexiva, que cada uno de nosotros debería conservar, como la última barrera de nuestra individualidad. Creemos necesitarlos porque vivimos en un mundo en el que el valor personal se mide por lo que poseemos y no por lo que somos y ante esta realidad los objetos se convierten en herramientas de validación.
La próxima vez que se encuentre navegando en ese océano y aparezca una nueva maravilla en su horizonte visual pregúntese no solo si lo necesita, sino también ¿Quién se beneficia de creer que lo necesito? Mire dentro de usted y cuestiónese si su deseo se corresponde con la satisfacción de una tendencia o es genuinamente una aspiración personal.
Tómese una pausa de al menos dos días para pensarlo. No muerda el anzuelo de correr instantáneamente a la caja de comentarios para preguntar el precio. No permita que el consumismo se convierta en una manera de rellenar otras insatisfacciones. Hágalo por su salud emocional y de paso también por la de su bolsillo
Me gustaría finalizar con la famosa y burlesca vindicación del hombre moderno que realiza el escritor argentino Jorge Luis Borges en su cuento El Aleph: “Lo evoco en su gabinete de estudio, como si dijéramos en la torre albarrana de una ciudad, provisto de teléfonos, de telégrafos, de fonógrafos, de aparatos de radiotelefonía, de cinematógrafos, de linternas mágicas, de glosarios, de horarios, de prontuarios, de boletines ” (Y por qué no) …de Revolicos.
(…) Las montañas ahora convergían sobre el moderno Mahoma.