¿Otra vez “diplomacia de las cañoneras”?

¿Otra vez “diplomacia de las cañoneras”?

 Anuncios recientes sobre potenciales acciones militares del Pentágono en el Caribe –más exacto: en el Caribe sur-, presagian que el águila imperial del s. XIX intenta volar sobre los mares y tierras de la América Nuestra del siglo XXI para reinstalar no solo el monroísmo y su Corolario Polk, sino también la Doctrina del Gran Garrote.

Desde la etapa previa a su segunda elección presidencial, Donald Trump planteó la “necesidad” de “recuperar el control del Canal de Panamá”. En su Primer Mensaje al Congreso repitió la idea del “control del Canal Interoceánico” y de un “par de otros canales”. Como anunciara el propio 47 presidente el 4 de marzo de 2025, una compañía estadounidense –Blackrock- “ya adquirió los puertos del Canal de Panamá” y “se posicionó como operador clave del transporte global”.

Luego de 112 años sin que ello sucediera, la visita inaugural del nuevo secretario de Estado de EE.UU. se hizo a Centro América, “primero a Panamá”. La última vez que ello había sucedido fue en 1913, cuando el secretario de Estado de entonces visitó el Istmo “con motivo del final de la construcción del Canal”. Este hecho se repetiría solo en 2025 cuando entre el 1 y 6 de febrero Marco Rubio visitó Panamá, Costa Rica, El Salvador, Guatemala y República Dominicana. Los resultados son conocidos.

Durante dicha visita el secretario de Estado anunció: “EE.UU. continuará brindando asistencia siempre y cuando cada país esté alineado con nuestros intereses nacionales”.

Añadió que Trump había enviado al mismo tiempo a Richard Grenell a Caracas, “para pactar la posibilidad de que recibieran expulsados de Estados Unidos y liberara a estadounidenses encarcelados en Venezuela”; que la visita había puesto de relieve el “carácter heterogéneo” de una región que está muy dividida frente a EE.UU.; que “los aliados cercanos son Milei, en Argentina; Novoa en Ecuador, y en Centroamérica, Bukele. Aliados más ortodoxos se consideran Costa Rica, Panamá, República Dominicana y Guatemala”.

Por su parte, la vocera del Departamento de Estado, Natalia Molano, declaró entonces que “la principal victoria de la visita de Marco Rubio la constituyó el hecho que Panamá decidió distanciarse de China, pues no es de interés ni beneficio para ese país. Se está distanciando al dejar expirar el acuerdo sobre su participación en el proyecto de la Franja y la Ruta de la Seda”, por lo que “la visita logró reforzar la posición de EE.UU. en la región; que Trump dará prioridad a la región” pues muchos de esos países “han sido desatendidos por la política exterior de EE.UU. en el pasado”, y “estamos ofreciendo beneficios muy tangibles a los países que se unan a nuestra lucha”[5].

Bajo tales episodios político-diplomáticos regionales o subregionales subyacen intereses globales que habitan no tanto en los mapas, como en el sistema de relaciones y contradicciones económico-comerciales y político-militares entre polos de poder, y también en la intención de debilitar y destruir a adversarios.

Apoderarse del Canal permitió a EE.UU. tomar la estratégica vía de agua Atlántico-Pacífico, de cara a su desplazamiento al Este, tanto para la navegación comercial como para la navegación militar de larga distancia. En cascada, la actividad incremental del Comando Sur en la región; el crecimiento de la presencia militar y de las inversiones militares estadounidenses en varios países; el desarrollo de maniobras militares conjuntas dirigidas contra terceros; el aludido despliegue en curso de una fuerza militar cercana a las costas de Venezuela -cuya composición no tiene mucho que ver con la lucha antidrogas o con el crimen organizado-, constituyen ejemplos reales o velados de acciones expansionistas en America Latina y el Caribe.

Pero no son los únicos ejemplos. Durante su discurso de investidura Trump se refirió a las “guerras que ganemos”. Pasados seis meses EE.UU. ya había atacado militarmente dos países y desplazado las dos terceras partes de su armada al frente de Asia-Pacífico. Medios de prensa – y no solo- hablan hoy del despliegue militar de otra parte de la Armada al Caribe. Este proceso recurrente fue descrito tempranamente por el general estadounidense Smedley Butler en, La guerra es un latrocinio –1935-.

La realidad sigue su curso dialéctico, siempre está en marcha y precisa ser observada, pero los indicios apuntan a un escenario potencial: la estrategia de los Estados Unidos de Trump no excluiría la violencia en América Latina y el Caribe. Los hechos en curso parecen anunciar que algunas naciones constituyen una prioridad hegemónica y militar para su actual Administración, que retornó a la política dual de palo y la zanahoria: ya sean países funcionales o disfuncionales a sus intereses, como dejó esclarecido el secretario de Estado.

La Casa Blanca ha tomado decisiones político-militares estratégicas: sus señales y acciones indican que se apuesta por la militarización del Caribe, que como toda América Latina constituye – ¿hasta Trump?-, una Zona de Paz.

Con fecha 8 de agosto de 2025 el periódico The New York Times hizo público que el presidente de EE.UU. firmó una directiva secreta en la que ordenó al Pentágono utilizar fuerzas militares para combatir a los carteles de la droga en América Latina.

Dicha orden “otorgó un carácter oficial a la posibilidad de desarrollar operaciones militares directas en el mar y en el territorio de otros Estados contra los carteles de la droga. El Pentágono ya ha comenzado a elaborar las diferentes variantes sobre cómo los militares pueden perseguir a estos grupos”.

En adición, el 19 de agosto de 2025 la portavoz de la Casa Blanca confirmó que Trump está dispuesto a “usar todas las herramientas del poder estadounidense para combatir el narcotráfico”, incluyendo el “posible envió  de militares estadounidenses a Venezuela”.

Siendo así, en algo más de seis meses la actual Administración de los EE.UU. estaría abriendo dos nuevos frentes político-militares en el mundo: uno en la región de Asia Pacífico, cuyo objetivo es provocar la agudización de un conflicto militar prolongado que involucre a China, con el fin de debilitar a esa gran potencia socialista.

Otro, en la región del Caribe sur, cuyo secreto a voces es el intento de provocar un conflicto interno y/o una agresión externa contra la Revolución Bolivariana de Venezuela, y en cascada, arremeter con mayor fuerza sobre otros pueblos de la región, a los cuales la visión ideológico-doctrinal hegemónica anclada considera adversarios políticos, por el solo hecho de no renunciar a su soberanía. De modo que ‘la cuestión de los carteles’ –bien conocidos por el Gobierno de EE.UU.-, constituye un pretexto expiatorio.

En un artículo precedente titulado, Apuntes sobre la segunda gira de Marco Rubio por América Latina y el Caribe, fechado en marzo, se expresó la siguiente conclusión:

“La visita del Secretario de Estado  reafirmó el “compromiso” de Estados Unidos en apoyar la seguridad de los  países como un pretexto para apoderarse de sus recursos naturales, en especial de los recursos energéticos, y además desplazar a sus adversarios, fortaleciendo así la hegemonía estadounidense en América, en su dimensión político-militar, económico comercial e ideológico-doctrinal.  Ello se expresará, con alta probabilidad,  en el incremento de la infraestructura de seguridad en torno a sus instalaciones petroleras marítimas (…) en  las fronteras terrestre y marítimas (…) y en una escalada retórico-ofensiva que usará para acercar fuerzas militares estadounidenses a Venezuela, país que firmará en poco tiempo un Tratado de Asociación Estratégica y Cooperación con la Federación de Rusia”.

Considerando algunos rasgos del actual contexto de seguridad global y regional, este trabajo analiza la dinámica geoestratégica estadounidense en la región del Caribe sur y Asia-Pacífico, a partir de hechos en curso reflejados por fuentes públicas diversas.

Tomado de Cubadebate

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