Las Tunas.- “Él andaba sin nada, por eso no pudo fajarse mejor”, contaba la muchacha de pelo crespo, moño corto y ropa blanca. “Claro, es que no traía ningún cuchillo, si no la cosa hubiera sido diferente”, contestó una adolescente, que luego supe que apenas tiene 13 años de edad.
“Yo no pude defenderlo más porque tampoco traía algo. Solo me metí en el medio para que no le dieran”, continuó relatando la mayor, mientras se sostenía fuerte con su mano derecha a la baranda del ómnibus que nos zarandeaba a todos esquivando los mil y un huecos de la vía. “¿Viste lo que le pasó a ‘X’?, a ese sí le dieron duro el otro día”, añadió esbozando una sonrisa la jovencita de ojos claros y pecas en su rostro.
Ambas departían con la naturalidad de quien se refiere, quizás, al juego de béisbol de la víspera o de cómo va la telenovela del momento. Pero no describían el desenlace del partido o una trama ligera. Contaban sucesos reales en los que personas salen heridas o peor aún, habrían perdido la vida.
¿Cuándo empezamos a ver las manifestaciones de violencia como algo cotidiano, casi “natural”, al punto de comentarlo desenfadadamente cual si se tratara del más reciente filme taquillero? ¿Será que las expresiones de agresión física o de otra índole, que en no pocas ocasiones involucran a las mujeres como víctimas, estarían siendo asumidas como “normales” por ciertos pobladores o en determinados contextos sociales?
Muchos son los caminos que conducen a trastocar la negociación en golpes al cuerpo o al alma. Desde la indicación de “dale si te dan” al infante, hasta la celebración de la guapería del imberbe al regreso de la fiesta nocturna. El día en que las consideremos como parte de nuestra cotidianidad algo se habrá torcido sin remedio entre nosotros.
No es natural que haya quien crea que es sinónimo de hombría salir por la noche con un arma blanca ceñida al cuerpo y dispuesto a usarla; no lo es tampoco responder con agresividad física o simbólica ante actitudes o gestos tenidos como ofensivos. No es natural que las celebraciones familiares o comunitarias tengan un epílogo violento y mucho menos que luego esas escenas de boxeo barato se croniquen sin recato de boca en boca; o de clic en clic por las redes sociales digitales.
Esos sucesos no son parte de un espectáculo; desde una conversación aparentemente inocente, resultan la expresión terriblemente vívida de la barbarie que nos acecha y cuyas raíces no se arrancarán solo con más policías en las calles.