Eso de que solo con músculos, habilidades excepcionales y un buen entrenador se toca la gloria olímpica es puro cuento de camino.
A primera vista, los hilos que atan la madeja deportivo-cultural con otras realidades permanecen ocultos ante la mirada de los ingenuos, pero basta adentrarse en los hechos para entender que las grandes marcas y las hazañas atléticas penden de un entramado que los condiciona y que solo unos pocos elegidos pueden sustentar.
Hablo de los elegidos y no cometo el error de identificarlos con los más de 200 países que se han dado cita a la Ciudad Luz, porque, infortunadamente, el haz que debía iluminar la senda a los talentos de la mayoría de las naciones apenas se ve, en medio de la hegemonía cegadora de las grandes potencias, tal y como ocurre con casi todo en este, nuestro oscuro planeta.
A estas alturas de la historia, la divisa francesa de libertad-igualdad-fraternidad, se reduce al espejismo en un orbe donde a cada segundo resuenan los cañones de la guerra y las consecuencias del cambio climático — ahí está el contaminado Sena para demostrarlo—, aunque los organizadores de la gran cita recurrieran al grito emancipador de 1789 en la fastuosa ceremonia de inauguración.
Indaguemos quiénes gozan del engañoso privilegio de la igualdad. Al torneo masculino de voleibol de playa clasificaron los dúos de mejores resultados en los torneos previos. Algo aparentemente muy justo, sin embargo, la inmensa mayoría de los concursantes (18 de 24) vive, entrena, se alimenta y descansa en países del Primer Mundo.
Sin susto, tuvieron a mano el financiamiento para viajar hasta los distantes escenarios donde meses antes se disputaron los grandes torneos, que se resumen en el último campeonato mundial de esta disciplina y las justas comprendidas en las categorías Beach Pro Tour, además de los finales de los tours continentales reconocidos.
Junto a los mencionados, se incorporaron duetos procedentes de Chile, Marruecos, Cuba, Qatar y Brasil, esta última con par de calificados elencos. Vale aclarar que los marroquíes están, porque ganaron el torneo continental africano y que los chilenos, lo hicieron en la lid sudamericana, pero el resto de las cuotas por zonas también fueron a manos de naciones ricas, por ejemplo, Francia se hizo de un segundo boleto europeo, además del que les pertenecía como país sede y Canadá ganó el del área norte, centroamericana y del Caribe.
Como es conocido, en la lista de ilustres se incluyen por derecho propio los cubanos Jorge Luis Alayo y Noslén Díaz, quienes ya en el estreno se echaron en un bolsillo a los aficionados galos, cuando fueron capaces de anotarles ocho puntos consecutivos a sus adversarios estadounidenses en el momento crítico en que perdían el primer tiempo 11-16 y finalmente los barrieron en par de sets.
Ambos tuvieron que hacer un esfuerzo colosal para situarse entre los agraciados, pero también enorme fue el que tuvo que hacer la máxima dirección del deporte en Cuba para garantizar que pudieran viajar al mínimo de torneos donde pudieron hacer valer su calidad en ascenso.
¿Cuánto desembolso implicó abonar las respectivas cuotas de inscripción en esos torneos? ¿Y cuántos más disponer de los boletos por aire? Es obvio que costear la alta competición (no obviemos lo que implica en materia de tecnología, alimentación, atención médica, implementos, aplicación de la ciencia, etc.), cada vez resulta más insostenible para los que cargan con las peores consecuencias de la crisis multilateral que padece el mundo.
Revise usted la relación de concursantes en cada una de las 329 pruebas que ofrecen medallas en la Ciudad Luz y encontrará una “rara coincidencia”, la inmensa mayoría de las naciones brilla por su ausencia, la misma inmensa mayoría sin acceso pleno a las riquezas y a los servicios básicos que necesitan, en otras palabras, a lo mismo que con frecuencia escasea en Cuba. Claro está que no me estoy refiriendo a pelotas de voleibol y canchas sobre la arena.