Solo quien lo ha vivido conoce el desasosiego que provoca la página en blanco, cuando los datos están sin analizar y las ideas se agolpan sin orden, pero la redacción del medio espera y toca, como dijo José Martí, explicar, enseñar, guiar, examinar los conflictos sin apasionamiento y proponer soluciones, todo ello con tiempo y espacio limitados.
Es cierto que algunos salen de la Academia más preocupados por ver su nombre impreso o se conforman con el texto técnicamente correcto, sin pasión o emoción y habría que ver, al paso de los años, si son capaces de persistir en un oficio que exige entrega sin límites.
Quien pretenda un trabajo cómodo, con horario de oficina, no sea periodista, porque este, en ninguna época ni espacio histórico ha gozado de esas prerrogativas, aunque haya quien lo catalogue como un oficio menor.
¿Cómo disminuir el valor de un profesional, capaz de arriesgar su vida por reportar un hecho o conseguir una noticia que puede perdurar solo horas, hasta que llegue la actualización del propio hecho?
Decenas de reporteros han muerto en los últimos tiempos en conflictos armados como los de Israel y Palestina o Ucrania, no por altruismo, sino por sentido del deber, conscientes de que un reportaje puede despertar una conciencia, salvar vidas y hasta cambiar el curso de la historia.
Los periodistas de la Cuba actual, viven también su propia guerra, sin balas o tanques, pero no alejados del fuego cruzado que representa la opinión pública, limitaciones para su desempeño y sus propias contradicciones entre el ser y el debe ser.
Es grande la responsabilidad al asumir el reto de cumplir el encargo social de trasmitir información con veracidad y diligencia cuando el combate es desigual y a la falta de medios de trabajo se une la actitud esquiva de las fuentes, la incomprensión de directivos y el juicio severo de los públicos que exigen mayor eficacia cada día.
La precaria situación del país, escasez de recursos, insuficientes salarios e inflación afectan también, en el plano personal, a los profesionales de la palabra, quienes tienen el desafío de ser fieles a la ética y buscar respuestas, no solo para ellos, sino para quienes los leen o escuchan.
Es preciso convencerse para convencer, entender primero para explicar la realidad después; aprender para enseñar, y contribuir desde la veracidad a la formación de la opinión pública. Pero todo ello debe hacerse oportunamente y con diligencia, para no ceder espacio.
La realidad está en constante cambio y los lectores también. El mejor trabajo, resultado de largas horas de investigación e insomnio, perderá vigencia con la próxima edición de otro más actual.
Del periodismo, dijo Gabriel García Márquez: “Nadie que no haya nacido para eso y esté dispuesto a vivir solo para eso, podría persistir en un oficio tan incomprensible y voraz, cuya obra se acaba después de cada noticia, como si fuera para siempre, pero que no concede un instante de paz mientras no vuelve a empezar con más ardor que nunca en el minuto siguiente.”
La prensa actual tiene una deuda consigo misma, la de vivir y trabajar con esa pasión insaciable, reflejar la realidad con sus claroscuros y parecerse más a la gente, para estar a la altura de los ciudadanos, de su tiempo y del país que se construye.
No puede haber cabida para justificaciones ni lamentos que, impidan salir a buscar la verdad debajo de un mar de mentiras y manipulaciones, porque nunca antes ha tenido tanto protagonismo la información, muchas veces disfrazada y tergiversada en redes sociales y plataformas digitales. El periodismo verdadero será salvado por los propios públicos solo si es creíble.
Al conmemorarse el 8 de septiembre el Día Internacional del Periodista, en honor al periodista y luchador antifascista Julius Fucik, ejecutado en igual día de 1943, su mensaje de total vigencia nos sigue convocando. Estemos alertas.