Pintura

Fidelio, el misterio y la posteridad

En la primera mitad del siglo XX comenzó a resonar el nombre de Fidelio Ponce de León, un pintor de provincia que, recién llegado de su larga andanza por pueblos y ciudades del interior, decidió instalarse en la capital para asistir a tertulias e instruirse del más ilustre movimiento artístico que comenzaba a desarrollarse en el país.

Lo que no sabía aquella Habana de 1930 era que el misterioso hombre de aspecto campestre, que había alcanzado la madurez frente al lienzo a sus 35 años de edad, era realmente Alfredo Fuentes Pons, un joven nacido el 24 de enero de 1895, en Camagüey, quien tiempo atrás había matriculado en la Academia Nacional de Bellas Artes San Alejandro, la cual terminó abandonando, por considerar arcaicas las técnicas pictóricas que allí se ejercían.

Alfredo se vio obligado a dejar atrás aquella ciudad que le negaba su utopía de pintor reconocido. A partir de ahí, comenzaría un arduo camino de formación autodidacta, marcado por el estudio del arte clásico y el naciente expresionismo, que supo fusionar a la perfección para crear el estilo tan singular que lo caracteriza.

Fue durante sus años de anonimato absoluto cuando dejó de saberse de él en las urbes capitalinas, que Fuentes Pons decidió crear el seudónimo Fidelio Ponce de León, el nombre por el cual es recordado hoy como uno de los más importantes artistas que formaron parte de la época dorada de las artes plásticas en nuestro país.

No fue hasta 1934, casi a los 40 años, que Fidelio irrumpe profesionalmente en el mundo artístico, pues por esta fecha logra llevar a cabo su primera exposición, que tendría como sede los salones del Lyceum. A partir de ese momento, cuadros como Tuberculosis, Niños y Beatas se convertirían en su pasaporte para competir, victorioso, por los primeros puestos dentro de los principales premios que otorgaban las academias de la Isla.

No solo en Cuba quedó expuesta la huella del hombre más solitario de la pintura nacional; tal fue su repercusión que, poco tiempo después de aquella primera exhibición, llegaría otra en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, cuna histórica de los más grandes pintores internacionales, desde su fundación en 1929, hasta la actualidad.

Ya en ese entonces, Fidelio era reconocido como un caso inusitado dentro de la vanguardia que se formaba en Cuba. No era su arte el reflejo pintoresco del Caribe y su cultura, sino que apostaba, entre colores sepias y monocromáticos, por evidenciar tristeza, incertidumbre, soledad, muerte, y una sarta de sentimientos que desencadenan visualmente agonía en los ojos y en el corazón de quien lo recibe, y no es casualidad que este haya sido su destino.

Huérfano de madre y en eterna discordancia con su padre desde niño, fue criado por dos tías bajo la fe de la religiosidad. De su paso por campos y pueblos del país se recogen un sinfín de historias locales que vinculan al pintor con enfermedades y consumo excesivo de bebidas alcohólicas, así como un eterno estado de soledad y depresión.

Se dice que la mayoría de sus cuadros fueron hechos bajo los efectos de ese estado. Además, fue víctima de una pobreza constante, pues vendía las obras por precios muy bajos a los grandes comerciantes estadounidenses, quienes posteriormente ganaban miles de dólares con ellas. Estas pinturas hoy alcanzan valores incalculables dentro de la industria internacional, por su singularidad e importancia dentro del folclor latinoamericano.

Precisamente como consecuencia del alcohol vio su muerte, en febrero de 1949, debido a las enfermedades ya irremediables que este había provocado en su organismo, y dejaba así una carrera artística de solo 15 años, suficientes para marcar una pauta en la historia de su país, y, sobre todo, de su natal Camagüey, Puerto Príncipe en ese entonces.

«La posterioridad tiene ojos muy bellos, muy bellos; muy chiquitos, muy chiquitos. Son muy pocos los que caben en ella», refería, ante la nula esperanza de ver el nombre de Fidelio Ponce de León junto a los grandes exponentes de su generación, sin imaginar que aquel seudónimo que inventara un día sería, después, de los más reconocidos en el panorama mundial como uno de los más interesantes y particulares pintores de aquella Cuba vanguardista del siglo XX.

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