Camagüey.- Hace diez años, envié un cuestionario que nunca tuvo respuesta. Lo redacté con el entusiasmo de quien descubre una nueva voz en la literatura, alguien que, como yo, había sido reconocido con un premio nacional. Aquella vez, pensé que era mejor enviar preguntas escritas a Randoll Machado Hernández (Camagüey, 1986), darle tiempo y espacio para responder sin prisa. Pero el silencio se extendió y, con los años, dejé de esperar.
El tiempo, sin embargo, no es solo distancia; es también transformación. Su nombre siguió apareciendo en el ámbito literario. Su pluma se fortalecía. Desde Guáimaro, ese territorio que es cuna de la República cubana y hogar de poetas esenciales, ha ido construyendo su camino, rodeado de una comunidad donde la palabra es identidad y la poesía, una forma de andar. En ese espacio su voz fue ganando peso, porque la literatura allí no es un acto solitario sino un movimiento colectivo. Y entonces, llegó La Edad de Oro.
La noticia del nuevo galardón, el prestigioso premio La Edad de Oro, me hizo regresar a aquel cuestionario olvidado. Su amigo y mentor, el coterráneo Diusmel Machado, me confirmó lo que ya intuía: este escritor ha seguido creciendo, puliendo su voz y consolidando su espacio en la literatura infantil, donde su imaginación brilla con fuerza propia.
Además de este lauro, su trayectoria ha sido reconocida con importantes distinciones nacionales como las becas de creación Sigifredo Álvarez Conesa (2008 y 2012), La Enorme Hoguera (2013) y Dador (2013), así como los premios Décima Joven de Cuba (2009), Cucalambé de décima escrita (2019), Calendario (2014), Fundación de la Ciudad de Santa Clara (2022), y ahora, La Edad de Oro (2024). Su obra ha quedado plasmada en poemarios como En el jardín de las espinelas (Editorial Ácana, 2011), En un lugar de la mancha (Casa Editora Abril, 2015) y Amagos diurnos (Editorial Sanlope, 2021), entre otros.
Esta semana, en la Feria del Libro de Camagüey, su más reciente libro, Libro de la Paz y de la Guerra (Editorial Capiro, 2024), será presentado por Diusmel. Un nuevo hito en su carrera, un punto de llegada que, sin embargo, parece también un punto de partida.
Le escribí de nuevo. Con renovado interés, volvió a recibir las preguntas que una vez quedaron sin contestar, aunque esta vez con ligeras variaciones, como para acompasarlas a los años transcurridos. Y ahora sí, la respuesta llegó. Me confesó que entonces no se sentía preparado, que las preguntas le pesaban más de lo que podía sostener. Hoy, en cambio, me agradece la insistencia, el haber esperado el tiempo justo para que estas palabras llegaran.
En la entrevista, no solo están sus respuestas; también está el eco del tiempo transcurrido, la historia de una espera que, sin saberlo, era necesaria. Porque algunas conversaciones tienen su propio ritmo, y algunas historias necesitan madurar antes de ser contadas.
—¿Cómo nació tu gusto por la literatura y la escritura?
—Mi padre es escritor y mi madre instructora de danza. Crecí en medio de espectáculos artísticos, eventos literarios; mi guardería fue la Casa de la Cultura “Luz Palomares García”. Los libros siempre estuvieron a la mano, al principio los colmé de garabatos y náilones de confituras que coleccionaba con mi hermana, luego vino Dora Alonso para mostrarme el universo de las rimas y el lenguaje poético. Al poco tiempo, comenzaron a brotar mis versos sin propósitos literarios, pura necesidad.
—¿Qué fue lo primero que escribiste y de lo que no te avergonzaste?
—Lo primero que escribí fue un poema al perrito que teníamos en casa. Todavía recuerdo algunos de sus versos: Mi perrito se parece/ una bola de hilo estambre, /es peludo, muy gordito/y tiene la boca grande. / Cuando vamos a comer/ se pone como un tragante/ y mi mamá me regaña/ porque yo le echo bastante. Tenía nueve años, lo recuerdo porque gané un premio en el Evento Provincial Infantil de Talleres Literarios. Allí vi a Diusmel Machado Estrada por primera vez, él era miembro del jurado.
—¿Cuán favorable ha sido para ti el contexto cultural guaimareño y la influencia de los “Machado”?
—Guáimaro siempre fue un oasis cultural. Aquí se han logrado cosas extraordinarias, abundan creadores de todas las manifestaciones y la calidad del resultado artístico es aún indiscutible y merecedora de reconocimientos provinciales y nacionales. (No comprendo cómo es que su vanguardia artística, durante tantos años, solo cuente con un miembro de la UNEAC, algo en eso ha estado mal). En cuanto a los Machados, mi padre fue siempre una meta, los libros para niños y su literatura en general, alimentaron mis sueños de escribir más seriamente en la adolescencia. Diusmel hizo todo posible: nos atrapó con su ejemplo y el amor por las letras a todas horas. Una labor sostenida y el compromiso de obtener grandes resultados para el taller literario “Pablo de la Torriente Brau”, nos llevó a muchos de nosotros a obtener becas y premios nacionales de mucho prestigio.
—Cuéntame de tus experiencias “deportivas” y “danzarias”. ¿Trabajas como instructor?
—En sexto grado me captaron para la EIDE “Cerro Pelado”. Me inicié en el levantamiento de pesas y, en un abrir y cerrar de ojos, estaba en una escuela provincial de deportes, albergado por primera vez junto a atletas de todos los municipios y de todas las disciplinas. Esa fue una gran aventura.
“El baile era casi obligatorio, pues mi madre y su hermano, el tío Carlos, son instructores de danza. Aprendía las coreografías con solo mirarlas y cuando faltaba un bailarín, me arreglaban el vestuario y… ¡a la tarima!, a pesar de que era mucho más pequeño que el resto del elenco. Siempre fui de los bailadores. Cuando llegó el momento de elegir una carrera, reabrieron las escuelas de instructores de arte y no lo pensé dos veces. Comencé trabajando en el sector de la educación, pero actualmente ejerzo en la Casa de la Cultura. Enseñar a bailar a las nuevas generaciones, formar grupos de aficionados con niños, jóvenes y adultos, se ha convertido para mí en un compromiso, una misión personal, pues sé la importancia de preservar nuestra cultura y que en cada niño que aprenda y conozca nuestros ritmos, se salva nuestra identidad, lo que somos.”
—Llevas años desafiando los molinos desde un municipio, ¿es tu casa el mejor sitio para crear?
—Guáimaro merecía más. Por su historia, que todos la conocen, por lo que llegó a representar para la cultura ganadera a lo largo del país. Esta vez el incendio ha llegado a sus raíces profundas. Guáimaro ha sido mi adarga y una confortable trinchera ante el asedio de gigantes o molinos. Mi obra es una parte del paisaje, toda le pertenece. Los municipios siempre estarán en desventaja y es algo que uno asume con el tiempo. Pero a la hora de crear, no hay mapas, eres tu mundo, tu país, tu lugar.
—¿Solo has escrito poesía? ¿Cómo ves el género? ¿Se te da fácil o es solo para empezar y luego asumir otros géneros?
—Solo he publicado poesía para todas las edades. La narrativa la estoy incubando, lo cierto es que escribo poco y la poesía nace más rápido, anda conmigo todo el tiempo.
—Háblame de tus vivencias a propósito de las becas de creación.
—Las becas de creación me llevaron a mis primeras premiaciones en las Ferias Internacionales del Libro de La Habana. Cuatro becas, cuatro viajes a la capital y toda la alegría que suelen provocar los premios nacionales en un joven autor.
—Eres cultor de la décima, ¿qué opinas de ella?
—La décima es una estrofa que algunos suelen marginar, pero quienes la estudian y la emplean como herramienta o vehículo en los ámbitos de la creación poética, encuentran su miel característica, sus maneras y códigos únicos de decir. No es un puñado de rimas sueltas, en Cuba se ha visto muy favorecida por los incuestionables aportes de la experimentación.
—En un lugar de la mancha es tu segundo libro, ¿cuántas emociones te ha proporcionado?
—Antes había publicado, en coautoría con Diusmel Machado Estrada, el poemario infantil “En el jardín de las espinelas”. “En un lugar de la mancha… venía de ganar la Beca de creación Sigifredo Álvarez Conesa del Centro Nacional de Casas de Cultura, en el año 2012, la Beca de Creación Dador que convoca el Instituto Cubano del Libro, en el 2013, y al año siguiente se alzó con el Premio Calendario que otorga la Asociación Hermanos Saíz. Las alegrías con este poemario fueron muchas.
—¿Por qué un cuaderno de poesía para niños? ¿Prefieres el público infantil? ¿En qué lector pensabas cuando escribías el libro?
—Escribir para los niños te da la posibilidad de crear puertas. Para ellos escondo mi dolor, y suelto y libero toda mi fantasía. Es una guarida infinita, donde las preocupaciones y las situaciones complejas del día a día, no fastidian, no consiguen llegar. Escribir para niños es como hornear dulces finos y probar todo el tiempo el punto de azúcar, la textura de la masa. ¡Lo disfruto!
—Enviaste el cuaderno al concurso de la AHS, ¿esperabas el Calendario? ¿Cómo te enteraste? ¿Cuánto ha cambiado tu vida como autor después del premio?
—Un amigo-hermano, Sarmiento, tenía acceso a internet en su trabajo y me descargó unas convocatorias entre las que estaba el Premio Calendario. Aún no era miembro de la AHS (escritorcillo de municipio), y desconocía lo que representaba este premio para los escritores jóvenes de todo el país. Luego pasaron cosas buenas: continuaron las Ferias, entrevistas, fotos en el periódico, la alegría y el reconocimiento de mis coterráneos. Un año después se publicó el libro por la Editorial Abril, me hice miembro de la organización y conocí a criaturas maravillosas como Eldys Baratute.
—La tarde en la que se anunció tu Premio Calendario dijo Daniel Chavarría que “la mejor literatura es siempre producto de la madurez”. ¿Cuál es la mejor literatura para ti?
—La mejor literatura es la que se escribe desde dentro, y en la poesía más. Cuando te alejas a buscar mucho fuera, te cambia la voz y eso se nota. Puedes tener la edad que quieras, escribir de lo que sea, pero el lector solo ha de conectarse al percibir tus rasgos, tu verdad.
—¿Cómo sientes que te ven los escritores mayores? ¿Notas desconfianza de ellos en los jóvenes autores? ¿Cómo quieres que te vean?
—Donde vivo, los premios pertenecen a todos, los ganamos para todos, así es como lo siento. Somos un gremio cómplice y honesto, como tiene que ser. Cada reconocimiento o libro publicado, nos hace más fuertes y lo sabemos.
“Que me vean como lo que soy y solo aquellos que me quieran ver. Alguien que fabrica sueños y los regala a todos, sin límites. Un ser huidizo ante el menor ruido de la maldad en todas sus variantes. Preferiría que vieran mis textos, en ellos luzco mucho mejor.”
—¿Qué relación hay entre el gremio literario de los jóvenes camagüeyanos y tú? ¿Te han hecho parte de él? ¿Sientes necesario acercarte al grupo? En estos asuntos de colectivo, ¿qué es lo importante para ti?
—Reconozco no ser de los más abiertos y cariñosos. Tiene que ver con algo de timidez y mi sinceridad. No sobre exagero abrazos, y quizá esto me ha mantenido al margen. En los últimos dos años he creado vínculos francos con los miembros de la Rueda Dentada. Son gente sencilla, natural, sin el aire intoxicado de quienes se las dan de intelectuales.
“Intercambiar con otros escritores sirve de impulso, nos anima y acelera los procesos de creación. Pero uno debe sentir que pertenece, notarlo, que te hagan uno más aunque vengas de fuera.
“Cuando hablamos de colectivos lo principal es el respeto. Admirar y valorar el talento de cada miembro y permitir que solo sentimientos positivos como la amistad y la solidaridad vagabundeen a sus anchas por los salones y pasillos.”
—Ganas La Edad de Oro con un cuaderno. De aquel lugar de la Mancha al Gambito de sueños, ¿cuánto atribuyes a tu madurez de los hallazgos que buscas y encuentras sobre este camino filoso de la escritura para niños?
—Uno nunca sabe que va a ganar un premio. Con los años, como quien sube una montaña, se va acercando a las alturas, independientemente de que pueda sentarse un día en la cima o no. Observas el camino transitado e incorporas mecanismos para detectar los desniveles y terrenos más seguros. Cuando concluí “Gambito de sueños”, sabía que tenía grandes posibilidades. Del Calendario hasta hoy, pesan unas cuantas derrotas, pues no siempre que mando a un concurso lo gano. Eso sí, no me rindo: tacho, agrego, reescribo, pero nunca, nunca traiciono mis proyectos, y eso nos hace crecer, a ellos y a mí.