Para que un pueblo no tuviese que vivir de rodillas, Cuba dio héroes que vivieron y murieron como ellos
Si a su llegada al mundo nadie sabía –excepto Francisco y Rosario, sus padres– que al recién nacido lo iban inscribir como Frank Isaac País García, tampoco hubo señal –salvo la del mismo almanaque– para suponer que después, apenas rebasada dos décadas, también aquel niño dejaría inscrito su nombre en la historia.
El alumbramiento sucedió un viernes de 1934, en Santiago de Cuba. A esa altura, el 7 de diciembre ya era sagrado, porque un titán, santiaguero también, 38 años antes, en 1896, había saltado a la inmortalidad en San Pedro de Punta Brava.
Las casualidades casi siempre les abren espacio a las cábalas, y en eso la partida de Antonio Maceo y la llegada de Frank País, un 7 de diciembre, no son la excepción. De esa casualidad se habla, y hasta se especula más allá de los círculos académicos.
Si alguien en este caso sugiere que la historia intencionó el calendario, puede haber en ello más pasión que razonamiento. La certeza, la razón, más bien está en la similitud de valores y en los ideales que encarnan dos hombres nacidos en un mismo día de años diferentes.
El amor a Cuba, hecho heroicidad por un joven como Frank País, de apenas 22 años, desengañó a quienes creyeron muerto al Titán de Bronce, demostró que el ejemplo modela ejemplos, que los héroes no mueren, y que son los mismos, acaso reencarnados en otros.
Algunos historiadores dicen que el General Antonio, al margen de su ímpetu de guerrero, jamás hablaba en voz alta sino era en el momento de montar a caballo y ordenar una carga contra el enemigo. Fuera de eso –se comenta– su verbo era acompasado, culto, y multilingüe cuando hacía falta. Entonces el héroe de Baraguá parecía más intelectual que arriero de origen.
De Frank País se conoce que fue más propenso a la poesía y a la prosa, que en su adolescencia le apasionaba el canto, la música, la pintura, la filatelia, y de vez en vez alguna que otra excursión a lugares donde el estado de la naturaleza era más primitivo.
El acervo cultural de Frank era vasto, algo que sabían sus familiares, maestros, y los amigos más allegados. Ese joven no presumía de nada, tenía el lenguaje de la humildad porque la llevaba muy adentro, sin reñir con el intelectual que era.
«Tenía la madurez de un luchador avezado, el fogueo combativo de un veterano, la tenacidad de un hombre convencido y la valentía personal de un combatiente de la primera línea. Recto en los principios, y de una intuición poco común, era el tipo de hombre que penetra hondo y definitivamente en el corazón del pueblo».
Los anteriores rasgos de Frank los enumeró el General de Ejército Raúl Castro Ruz, mas, pudo haberlos tomado igualmente del Titán de Bronce, quien tuvo en el joven de 22 años, jefe de Acción y Sabotaje del Movimiento 26 de Julio, a un fiel y auténtico heredero de sus virtudes patrióticas y humanistas.
A esas cualidades, más que nunca hoy necesita aferrarse Cuba, inspirados sus hijos en otros dos: Maceo y Frank asoman inconfundible en un perfil definido por Fidel: «revolucionarios verdaderos, esos que están en las horas del sacrificio, cuando el camino es difícil». Para que un pueblo no tuviese que vivir de rodillas, Cuba dio héroes que vivieron y murieron como ellos.
Cada hijo de esta Isla acosada y en resistencia tiene hoy, 7 de diciembre, un buen día para algo que mucha falta nos hace, y que en fecha de evocación al general mambí y al joven líder de la clandestinidad reclamara Fidel:
«Un examen de la conciencia y de la conducta de cada uno de nosotros (…) un recuento de lo que se ha hecho, porque la antorcha moral, la llama de pureza que encendió nuestra Revolución, hay que mantenerla viva, limpia, encendida, no podemos permitir que se vuelva a apagar jamás la llama de las virtudes morales de nuestro pueblo».