Cambio de labor

Cambio de labor, ¿para qué?

Cada viernes, las redes sociales en Internet nos devuelven las publicaciones de varias entidades avileñas que “cambian de labor”. Se puede ver a trabajadores de oficina barriendo aceras, a choferes escardando en un organopónico, a dirigentes haciendo cosas distintas a las que su ocupación habitual les mandata. Hay un dejo romántico en eso.

Podría hablarse de desprendimiento, de exaltación del colectivismo, de la construcción entre todos de la sociedad que queremos; una sociedad colaboradora, dada al otro, enfocada en el bien común. Y no dudo que detrás de la indicación a transformar los viernes en jornadas “productivas” están todas esas buenas y generosas intenciones.

Claro, habría que decir, también, que el cambio de labor es hijo de la necesidad. Cuando falta combustible entre los transportistas, por ejemplo, o electricidad en las oficinas o materia prima en una fábrica, es obvio que la fuerza laboral se entumece y no se justifica el salario devengado.

Es decir, esta estrategia que entronca con los movimientos políticos Abrazando el barrio y Abrazando el campo, y la emulación por el Latir Avileño, persigue mantener activos a los recursos humanos aun cuando sus encargos principales no puedan cumplirse a cabalidad.

Visto desde esos dos ángulos, el de la necesidad y el del romanticismo, parece una buena idea que los colectivos laborales se desdoblen en actividades complementarias y aporten, cualquiera que sea la nueva tarea. Pero, ¿y si en ese afán de movilizar a unos terminamos desmovilizando a otros? Si cada quien tiene una responsabilidad, cuando otros la asumen, aunque sea por un día, ¿se suplanta ese deber en virtud de qué?

Una movilización a sembrar caña o boniato, en áreas a las que las bases productivas no podrían llegar por falta de obreros agrícolas o para incrementar los planes, a mí me parece que tiene todo el sentido del mundo.

Ninguna cantidad de hectáreas de la gramínea o de alimentos será suficiente y, al participar, a uno le queda el regusto dulce de que está poniendo su parte. Incluso si después no puede comprar el boniato a menos de 50.00 pesos la libra o se atrasa la cuota de azúcar normada.

Pero de ahí a chapear las áreas verdes, barrer las aceras, recoger la basura, escardar canteros o limpiar un lugar que debería tener su equipo de limpieza, hay un trecho que, en mi opinión, habla menos de la voluntad de unos, que de la dejadez de otros.

La limpieza comunal tiene nombre y apellidos, tiene responsables, tiene gente que cobra por eso. Lo mismo con los obreros agrícolas vinculados a un organopónico o el personal de limpieza de un centro asistencial. El cambio de labor no debería concebirse como sustituir el trabajo de los demás. Eso no es exactamente aportar.

Aportar significa añadir, poner más. Si vamos y le guataqueamos el jardín a un edificio multifamiliar, ¿qué mensaje estamos enviando?, ¿qué en lo adelante siempre habrá alguien que se ocupe de esas responsabilidades? Podríamos ir muy rápido de la negación del individualismo (un principio enarbolado por el sistema social cubano) a repetir ciertas tendencias paternalistas que, en teoría, estarían superadas desde que el Estado llamó a eliminar gratuidades indebidas y subsidios excesivos.

De alguna manera, cambiar de labor —justo cuando más falta hace el trabajo eficiente en cada entidad estatal— conllevaría a una suerte de “subsidio” de la responsabilidad individual y colectiva de un grupo social ante un hecho determinado.

Abrazar el campo, abrazar el barrio y cambiar de labor no pueden ser sinónimos de hacerle el trabajo a los demás, porque no tiene lógica ni es sostenible. Todos esos movimientos deben sustentarse en la idea de construir colectivamente, de aportar, o sea, añadir, sumar valores, fuerzas, voluntades. Pero no pueden partir de cero. Tienen que partir de un cambio, sí, pero de actitud.

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