Terminó el 2024, por fin, y negar que fue un año difícil sería cuando menos deshonesto. Levantarse cada día con la incertidumbre de a qué hora tendrás o no electricidad, llevó a más de uno a extremos impensados de desesperación.
Y si fuera solo eso, y si no estuvieran los altos precios de los alimentos, los productos de aseo y hasta de los medicamentos, que sin muchas alternativas, se encuentran en los grupos de compra y venta de las redes sociales en Internet… Toda una locura para quienes solo cuentan con un salario de entidades estatales, con honrosas excepciones empresariales.
Así vivimos la mayoría de los cubanos los 365 días del año, y no culpo a quienes, en un arranque de ira, dejan escapar como mínimo una palabrota de esas que llamamos malas. Sin embargo, son los mismos que desandan cada jornada echando pa lante y buscando soluciones.
Esos que hacen que empresas como La Cuba, multipliquen sus resultados productivos; que cuando se desconecta el Sistema Eléctrico Nacional lo hacen renacer desde cero en cada enclave de la generación distribuida; esos que, haciendo galas de su amor por la profesión, salvan vidas sin siquiera el mínimo indispensable en materia de aseguramientos médicos.
La lista sería interminable, porque a pesar de las limitaciones, que son muchas, son más los que creen en un futuro mejor que los que apuestan por un cambio radical, entendiendo radical como el tránsito a otro sistema, que a ojos vista, les vende una imagen de prosperidad, digna de los mejores cuentos de hadas.
Y claro, así lo proclaman de voz en cuello, como si esa fuera la salida perfecta.
Es que acaso piensan que de producirse un cambio de sistema seríamos un país próspero, comparado con los referentes del primer mundo. Es que acaso los pocos recursos naturales con los que contamos se reproducirían por arte de magia, y las desigualdades, que hoy ya percibimos, desaparecerían con un chasquido de dedos.
No, no estoy ciego, tampoco me alcanza el salario y vivo los apagones como el que más, tengo acceso a Internet, y también me brillan los ojos cuando me pasa por delante un post mostrando ese mundo que solo conozco a la distancia.
Me preocupo mucho cuando escucho hablar de la pensión de un jubilado, de la cifra de emigrados, del déficit de fuerza de trabajo, de la colonización cultural y de cuanto problema nos afecta. Me preocupa la desidia de muchos, la crítica desmesurada y hasta la corrupción, de la que casi no se habla, lo cual no significa que no persista, pero me ocupa más tiempo cumplir con lo que me toca.
Hacer que cada pensamiento negativo se traduzca en la necesidad de buscar una alternativa debiera generalizarse, para de a poco, pero sin detenernos, hacer florecer un presente que necesita que sea rápido, que sea ya, porque cada minuto que perdemos en cuestionamientos hacia el otro, nos resta tiempo y neuronas puestos en función de que nuestro entorno cambie.
La magia es eso, magia, y ni con toda la ilusión que ella provoca amaneceremos con una realidad distinta. Para que este 2025 sea menos complejo, tenemos que hacer cosas diferentes, revolucionar los modos de actuar y entregar más.
Como generación, nos toca salvar un proceso, para nada perfecto, pero que nos ha traído hasta aquí, y que a pesar de las insatisfacciones, nos seguimos emocionando cuando escuchamos la palabra patria, y la piel se nos eriza cuando Al combate corred, bayameses… nos recuerda de dónde vinimos y a hacia dónde vamos.