Tal vez sea inoportuno referirse ahora a comenzar una nueva inversión significativa. Resultaría un despropósito en el contexto económico actual. Frente al sinnúmero de problemas sociales, pudiera desaparecer el interés en que el Parque de la Ciudad exhiba más luces que oscuridades.
En cambio, sí es injustificable que el deterioro, de la mano de la desidia, siga consumiendo el espacio. Cada vez escasean más los locales abiertos, las ofertas variadas y asequibles. Es notable, en el transcurrir diario, el detrimento de buena parte de las instalaciones, y cómo la falta de higiene se apodera del entorno.
Imágenes así empiezan a ser costumbre en el lugar menos indicado
Salvo puntuales excepciones, esa infraestructura que tanto auguraba para los locales, ha quedado en las sombras. Al entorno, a la par de su creciente desolación en horario diurno, lo acecha la peligrosidad de las noches. Lo que quizás alguna vez constituyó un símbolo de progreso o el centro recreativo por excelencia de la urbe, hoy no representa mucho más que otro punto de la geografía avileña.
Entre la intensidad del sol al mediodía y la inseguridad nocturna, el simple hecho de sentarse en el malecón es casi un imposible
La alerta ha sido constante. En enero de 2018, en esta misma página se señaló que: “Hoy duele demasiado que esa zona (…) haya caído en el marasmo, víctima de malos constructores, indolentes contaminadores e incompetencia de quienes deciden en las posibilidades para su comercialización”.
La malangueta debería tener mejor valor de uso
Y un año más tarde: “Súmale a esto las condiciones del parque de bicicletas acuáticas y botes, encallados en la malangueta que sigue expandiéndose (…). Más recientemente, en el verano de 2022, las críticas prosiguieron: “Y por más que las ganas y el esfuerzo por retomar la preferencia que alguna vez tuvo entre los avileños se mantengan intactos, algunos espacios siguen poniendo la nota discordante”. El tiempo sigue estático para el Parque de la Ciudad.
Tal es su extensión, que nunca ha podido explotarse lo suficiente; pero al menos debería mantenerse activo lo que fue hecho para seducir también a los visitantes. Alguna vez, o infinidades de veces, se pensó, incluso, que fuera una atracción turística, que formara parte de un recorrido por la capital avileña para quienes llegaran desde el polo Jardines del Rey. Alguna vez, o infinidades de veces, se pensó…
Hace más de siete años, la nueva inversión en el enclave local comprendía 20 objetos de obra. Parecía entonces un proyecto viable. Calculado en aproximadamente un millón de pesos, el presupuesto se conformaría a partir del uno por ciento que aportara el sector empresarial de sus utilidades, explicaba también INVASOR mediante una infografía publicada en la versión impresa.
¿Quién podría entonces objetar qué? Serían los mismos trabajadores de esas entidades quienes compartirían momentos memorables allí. Se planificó un mirador, una pista de baile, un bar, una heladería, par de piscinas nuevas, más restaurantes y puntos gastronómicos… El Parque de la Ciudad idílico. Quizás tan idílico como para creer que alguna vez iba a ser así en realidad; o, mejor dicho, que funcionaría todo a la perfección, como se idealizó.
En cualquier horario, o siempre, es habitual ver puntos cerrados
La promesa era que, una vez concluidas las acciones constructivas, ese espacio comenzaría a tomar la forma del diseño original. En el diseño original, la promesa era que constituiría el área principal para el esparcimiento de los avileños. ¿Lo es?
El problema va más allá del número de obras ejecutadas o por ejecutar. Eso importa, pero más importa el estado de lo que sí se hizo, desde lo constructivo, como se ha mencionado, hasta lo simbólico. ¿Qué significa ese Parque para quienes habitan esta ciudad? ¿Por qué sigue sin ser cuanto debiera? ¿Por qué ha retrocedido tanto, luego de los avances en sus inicios?
Ante la falta de opciones con esos fines dentro de la misma capital de la provincia, la tendencia a los altos precios en los establecimientos y un programa cultural inconsistente, es posible que el Parque de la Ciudad merezca tal honor desde su propio surgimiento. Apenas es una simulación. Su realidad dista, y bastante, de ser un lugar de altos estándares si se trata de ocio y disfrute.
En los tiempos más recientes, como contraejemplo, se ha de mencionar sitios que son relativamente nuevos, como el parque Latiendo Sueños. A pesar de los cuestionamientos que se le pueda hacer, por diversas razones, ha sido, en el período actual, muestradiferente y activa, cuando menos, de lo que se puede lograr. Una acogida como la del parque Latiendo Sueños a principios del año pasado, esencialmente para el público infantil, es quizás el reflejo de a lo que aspiran los habitantes de esta urbe.
También es posible que estén abiertos, pero casi sin ofertas y, por ende, sin clientes
Veinte años antes, La Turbina, como se le conoció por mucho tiempo a esa zona, era un lago artificial. Eso y nada más. O sí, era esa el área para bañar caballos u otras actividades de índole similar. Era un lugar deplorable, del que se hacía alusión acaso como punto referencial, por un hecho delictivo o por la preocupación de que ante un temporal fuera a desbordarse y sus aguas penetraran en las viviendas.
Para finales de la década del 2010 empezó su transformación. Fue tal, que hubo que visitarlo para creerlo a conciencia. Era la estampa real de lo que puede conseguirse, sobre todo con empeño. El sitio deplorable se convirtió en uno de los centros recreativos de grandes impactos para el territorio.
Ahora, solo una fuerza de ese carácter sería capaz de devolverle al Parque sus bríos. Los recursos podrán faltar, pero una evolución positiva no se logra únicamente de esa forma. Si una vez ese lugar transitó de la nada al esplendor, ¿por qué no puede regresar a esos planos?