Camagüey.- “No es para adornar, es para estremecer”, dice Juan González Fiffe sobre Faro, la propuesta de Teatro Andante, única obra de calle en el Festival Nacional de Teatro de Camagüey. Y eso ha logrado: estremecer con una historia que, entre metáforas y emociones, resuena en las fibras más sensibles de una nación y un público que reconocen en el arte un espejo de sus propias vivencias.
Este viernes, en la emblemática Plaza de los Trabajadores, aunque el reloj marcaba apenas las 4:00 p.m., el cielo nublado y las ráfagas de un frente frío sumergían a la ciudad en un atardecer anticipado. Las campanadas de la Iglesia de la Merced parecían marcar los momentos de mayor intensidad, para acompañar a un público que lloró, suspiró y, al final, despidió con un largo aplauso.
La plaza, con sus ecos cotidianos —el bullicio de los cajeros automáticos, las conversaciones por wifi con familiares lejanos, las filas de quienes esperan cobrar sus salarios o pensiones—, se transformó en un escenario donde el drama se entrelazó con la vida. Desde el brindis inicial con café hecho en coladera, hervida allí mismo el agua en la hornilla de carbón, hasta las últimas ovaciones, Teatro Andante dejó una huella profunda.
El director de Teatro Andante, encabeza una de las propuestas más audaces del panorama teatral cubano actual. Desde Granma, su grupo se ha consolidado como un puntal del teatro callejero, llevando el arte fuera de las salas convencionales y enfrentándose al reto de interactuar directamente con el público. En esta ocasión, Faro ha logrado emocionar a espectadores en escuelas y espacios públicos, abordando temas como la emigración y el dolor de la partida de un ser querido.
En diálogo con Adelante, el entrañable Fiffe reflexiona sobre el riesgo y la belleza del teatro de la calle, su conexión con las comunidades, y cómo su obra responde al contexto social y cultural de Cuba.
—Regresa a Camagüey, y para mí, su grupo es el más audaz. Ustedes están cara a cara con el público, mirándolos a los ojos.
—Así es. El teatro de calle es riesgo en todos los sentidos: para el actor, para la puesta en escena, en la comunicación. Cualquier detalle, elemento o alteración puede romper la concentración del espectáculo, desconectar a los actores o al público. Por eso, el actor debe estar muy preparado para asumir estos riesgos sin perder el sentido de la comunicación que exige el teatro en ese momento. El teatro de la calle es complicado, pero Andante tiene años de experiencia haciéndolo, y sus actores están formados para asumir ese desafío.
—Aun con esa preparación, siento que el público de hoy, por el malestar con que vivimos, anda irritado, incómodo, impulsivo. ¿Cómo enfrentan eso?
—Creo que es vital para el teatro hablar el lenguaje del público, decir lo que necesita escuchar y ser parte de su realidad. Nosotros investigamos en la comunidad, vivimos en ella, somos parte de sus necesidades. Esa conexión se traduce en nuestras puestas en escena, generando una convivencia y aceptación mutuas. El público siente esas problemáticas reflejadas y, poco a poco, se establece una interacción más respetuosa.
“Al principio, claro, siempre hay rechazo, distancia. Ya no estamos en los tiempos en que el teatro llegaba y la gente corría a buscar un asiento. Ahora nos observan con escepticismo: '¿De qué van a hablar ahora? ' '¿Cómo me van a engañar otra vez?' Porque el teatro, en el fondo, es un acto ficticio, y el público lo sabe. ¿Cómo lograr que sean cómplices de esa ficción?
“Cuando se percatan de que la comunicación es genuina, sin artificios, sin sobreactuaciones, empiezan a abrirse. Entonces surge una conexión más profunda; el público se siente parte del espectáculo. Es en ese momento cuando dejamos de ser actores y público: todos nos convertimos en personajes de una misma obra.
“De hecho, al inicio de nuestro espectáculo, el narrador explica: 'Esto es teatro de la calle. Aquí no hay comodidad ni división entre actores y espectadores; todos somos personajes'. Esto nos permite incluir al público dentro de la experiencia.”
—Hablando de la obra, no se trata de un espectáculo para adornar el paisaje urbano. Tiene un propósito más profundo. ¿Por qué ahora?
—Definitivamente, no es para adornar. Faro busca estremecer. Estamos en un momento crítico como nación, en una etapa de cambios profundos. Los procesos de cambio implican caos, y ese caos no tiene un tiempo definido. Requiere esfuerzo, inteligencia y un pensamiento colectivo para construir un nuevo orden. Estamos en un proceso de deconstrucción de un modelo que, aunque funcional en su momento, ya no responde a las necesidades actuales. Todavía no hemos llegado al inicio de ese nuevo orden, y la crisis que vivimos afecta todos los ámbitos: la economía, las relaciones interpersonales e institucionales, incluso la estabilidad emocional. Pero este caos es una señal de que, eventualmente, llegará la calma, una reconstrucción necesaria para imaginarnos una sociedad mejor.
—¿Cómo se refleja eso en Faro?
— Siempre creímos en el mito que fue una realidad por muchos años, de que Cuba fue faro para el pensamiento progresista en muchas partes del mundo. Tenemos muchas relaciones con países de Latinoamérica, muchos colegas de allí siempre vieron a Cuba como ese faro por esa fuerza que imponía la necesidad de algo diferente. Que nuestros propios errores no nos hayan permitido llegar a esas metas, y que la realidad del mundo que también se nos contrapone no nos haya permitido llegar, no quiere decir que Cuba haya perdido en muchos sentidos ese concepto de modelo, que sigue siendo interesante aún para muchas personas. De alguna manera en la obra está expuesto.
“En Faro trabajamos con un lenguaje sencillo, poético y metafórico, pero también profundamente crítico. Nos inspiramos en la trova cubana porque siempre ha sido un arte cercano al pueblo, con una mirada crítica hacia la sociedad y nuestros procesos. Desde la trova más antigua hasta la nueva y la novísima trova, siempre ha habido una mirada profunda, austera y transformadora.
“No hacemos teatro político, pero es inevitable abordar la política porque vivimos en un mundo político. Sin embargo, lo hacemos con respeto, utilizando un lenguaje horizontal entre actores y público. Juega con la relación sincera de la verdad interior del actor. No hay una jerarquía; somos seres humanos hablando con otros seres humanos. Por eso creo que Faro ha sido tan bien recibido.”
—Me gustaría que reflexionara sobre el impacto que Andante ha tenido en comunidades afectadas, más allá del teatro.
—Andante es más que un grupo de teatro profesional; es un colectivo de la vanguardia humana de Cuba, pero no desde un paralelismo. Nosotros pensamos que dondequiera que llegamos hay una cultura de base, un pensamiento de base y necesidades de la sociedad, de la cual tenemos que ser parte. Tenemos que estar para poder comprender y después actuar.
“Hemos estado presentes en momentos críticos, como catástrofes naturales. Por ejemplo, durante el ciclón Dennis. Fuimos de los primeros en llegar a Pilón y Niquero, junto a brigadas de rescate. No fuimos a decirles: miren este espectáculo para que se alegren. No. Fuimos a compartir sus desgracias, sus necesidades constructivas, regenerativas de los sentimientos, de ganar la confianza de esa comunidad como pasó en San Antonio del Sur, que vinimos a hacer arte como al quinto día de estar sacando lodo, escombros, arreglando muebles y equipos electrodomésticos, y abrazado a ese pueblo, haciendo el trabajo que necesitaban ellos primero para recuperarse como seres humanos. A partir de ahí, comenzamos a introducir como los cantos de trabajo el arte con una canción, haciendo un cuento para los niños, una pequeña poesía. Ya había un nivel de integración humana entre esas personas y nosotros, que permitía que el arte fuera parte de sus vidas, y que el arte hiciera el verdadero proceso transformador que necesitaba hacer, pero primero fuimos el ser humano que compartió sus desgracias.
“Eso lo aprendimos desde muy temprano. El grupo se funda para vincular las escuelas de arte al trabajo comunitario y desde entonces tenemos esa visión. De hecho, somos fundadores de la Guerrilla de los Teatreros, de la Cruzada Teatral Guantánamo-Baracoa, de esos grandes proyectos comunitarios que se hacen en el país, porque nos permiten estar en contacto vivo con esa cultura de base, beber de ellas y compartir lo nuestro. Eso nos ha refundado cada vez más en un proceso humanista que hace de alguna manera la diferencia. No somos artistas encerrados en ese ego alto de su sala adonde todo el mundo viene a verme a mí. Nosotros pensamos al artista como el ser humano que vive un proceso que lo transforma desde dentro. Nos hemos hecho de esa manera.”
—Camagüey parece ser un espacio especial para ustedes, ¿no?
—Sin duda. El hecho de que las autoridades de Camagüey hayan decidido, a pesar de todo, tener el Festival, es una decisión atrevida, audaz pero profundamente necesaria porque el arte sana, el arte es parte de ese momento de felicidad, de distracción, de alejarse de esos problemas para entrar en un campo de reflexión o de apropiación de las soluciones diferente. Si hay una plaza ideal para el teatro ha sido Camagüey. Soy un ferviente amante del teatro de Camagüey, de hecho, he compartido procesos en Camagüey desde hace mucho tiempo: fui jurado del Festival, fui director artístico del Festival, hice talleres en las comunidades para vincularlas al Festival, he estrenado aquí con grupos de esta ciudad.
“Hemos tenido una relación muy viva desde siempre. Por eso, Camagüey para nosotros es como esa segunda casa que necesitamos porque, además, Camagüey es un espacio legitimador. No es lo mismo hacer una función buena en cualquier ciudad de Cuba que ganar los beneficios del público de Camagüey. Es un público ávido de teatro, conocedor, amante y crítico del teatro. Cuando el camagüeyano dice sí, es sí. Eso nos enorgullece mucho, no nos deja llegar a vanagloriarnos del asunto, pero sí creemos que el público de Camagüey es vital para la verdadera legitimidad del arte teatral en Cuba.”