Abr, 2024.- Guáimaro tiene un eco muy peculiar: Comarca con pastizales enormes, ríos, arroyos, algarrobos, palmares. Carlos Manuel de Céspedes deja que el embrujo del trozo oriental del Camagüey le hechice. Viene a la tierra donde el ganado está sembrado desde los primeros particioneros.
Aquí encuentra el abolengo ganadero propio de sus quilates como hacendado: trae sus mejores potros. Los toros sementales, también, aparecen en la villa. Unos venden, otros compran, pero todos los asistentes disfrutan el espectáculo tradicional del emporio.
Se bebe vino, se come casabe y el chocolate caliente sabe a manjar. Es 7 de diciembre de 1865 y aparece otro hechizo, tan divino como el de más arraigo: una camagüeyana inspira al hijo de Bayamo. Aquel hombre fino, esgrimista, elegante, poeta, despliega su corazón y el frío invierno mueve los arpegios, y hace brotar La Conchita, página romántica cantada y estrenada en Guáimaro, con la complicidad de una reja o verja de madera, en una de las casas del centro histórico y de las que circundaban la plaza pública.
Es este hecho cultural uno de los de más celebridad antes que la Constitución del 10 de abril de 1869, en la interrelación de Céspedes y el poblado protagonista de la firma de la Primera Constitución de la República de Cuba en Armas.
