Dic, 2024.- En el más oriental de los territorios camagüeyanos, donde los campos se extienden bajo el azulado cielo del Camagüey, los apicultores laboran con una dedicación y pasión que parece fulgurar en cada gota de miel que producen.
Estos guardianes de las abejas enriquecen sus tierras con la dulzura del oro líquido, orgullosos de saber la importancia que atesora su oficio en la economía y la industria biotecnológica y farmacéutica de la nación.
El quehacer del apicultor es arduo y requiere de un profundo conocimiento del entorno natural. En Guáimaro, los integrantes de este gremio se levantan antes de la salida del sol, dispuestos a enfrentar los desafíos de la jornada. Su faena va más allá de recolectar miel; cuidan meticulosamente de sus colmenas y se ocupan y preocupan de la salud y bienestar de las abejas. Esta relación simbiótica se transforma en reflejo de la conexión íntima que establecen con su hábitat.
Pequeñas obreras incansables, las abejas polinizan los cultivos y contribuyen a la biodiversidad y fortaleza de los ecosistemas locales.
Los apicultores guaimareños saben del impacto directo de su oficio en el medio ambiente y en la agricultura de la región. Cada frasco de miel es el resultado del esfuerzo colectivo.
Además de la miel, los productos derivados de la apicultura, como la cera, el polen y la jalea real, encuentran un lugar destacado en la industria biotecnológica y farmacéutica de la isla. La cera de abejas, por ejemplo, se utiliza para elaborar productos cosméticos y medicinales, mientras que la jalea real y el propóleo destacan por sus reconocidas propiedades terapéuticas y se consideran ingredientes clave en muchos tratamientos de salud.
La labor de los apicultores hijos del poblado, cuna de la Constitución cubana, endulza vidas y contribuye al avance de la ciencia y la salud a nivel de nación.
Virgilio Díaz Rodríguez es un ejemplo de ello. (Foto Archivo)