Dic, 2024.- En el más oriental de los territorios camagüeyanos, cuando el mes de diciembre llega con su aire fresco y sus promesas de renovación, el amanecer tiene un matiz especial que parece envolverlo todo en una suave nostalgia. Las primeras luces del día se filtran por el horizonte, pintando el cielo con tonos de rosa y naranja, mientras el sol se asoma tímidamente, anunciando lo cerca que estamos de despedir un año y recibir otro completamente nuevo.
Las calles, aún silenciosas y tranquilas, comienzan a despertar con el canto de los pájaros que saludan el inicio de la jornada. Los árboles, con sus hojas temblorosas por la brisa matinal, parecen susurrar secretos de esperanza y promesas renovadas.
Los primeros rayos del astro rey acarician los tejados de las casas, dándoles un brillo dorado que contrasta con el azul profundo del cielo. El olor al café recién hecho se impregna en cada suspiro matinal, una señal inequívoca de que los hogares se preparan para recibir el día. En las cocinas, las familias se reúnen, comparten sonrisas y expectativas.
En el parque central, las bancas aún están vacías, pero no por mucho tiempo. Los más madrugadores empiezan a aparecer, algunos con sus periódicos bajo el brazo, otros simplemente disfrutando de la serenidad del momento. Las flores del parque, aún cerradas, se abren lentamente, como si quisieran absorber cada gota de rocío.
Es este un rincón de Cuba, donde la historia y la modernidad se entrelazan.
En Guáimaro cada amanecer es un recordatorio de la belleza de la existencia y la importancia de aprovechar cada instante con intensidad y gratitud. El sol que pronto le dirá adiós al año viejo y dará la bienvenida al nuevo, se apresta siempre a iluminar al pueblo y a los corazones de quienes lo habitan.