Batalla contra las distorsiones en Cuba.

Rectificar es de sabios… y de revolucionarios

A los que la memoria les traiciona y a los que han traicionado su memoria, les recuerdo que la gran rectificación de errores de nuestra historia fue la Revolución. No en balde, Fidel la definió como sentido del momento histórico y cambiar todo lo que debe ser cambiado. Una Revolución que transformó la discriminación y la explotación en dignidad; el analfabetismo en cultura; la muerte en vida.

Antes, Maceo, en Baraguá, y Martí, al crear el Partido Revolucionario Cubano y organizar la Guerra Necesaria, habían probado que rectificar es de verdaderos revolucionarios. Y Mella, Villena, Guiteras decidieron no dejar la patria en manos de entreguistas sangrientos y resolver entuertos ajenos, pagando caro su osadía. Qué fueron el Moncada y la prisión fecunda; el Granma y la Sierra si no aprender de los propios errores y convertir reveses en victorias.

Algunos pensaron al triunfo, que sería fácil. Fidel les recordó (y a nosotros) que entonces era que empezaba la Revolución y quizás todo fuera más difícil. Porque la Revolución no es algo que triunfa y ya. Ella tiene que ganar batallas todos los días, si no, no es tal.

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Nadie dijo que rectificar, cuando las cosas van mal, no sea triunfar. El error terrible es el que no se conoce o el que no se asume. Errores de idealismo nos llevaron a pensar que sabíamos construir el socialismo; incluso, al comunismo lo veíamos doblando la esquina. Fidel, un poco más acá, nos aclaraba eso. Y es que el comunismo como sueño de justicia y humanismo, está lejos, pero está.

Que se declarara en Cuba el Proceso de Rectificación de errores y tendencias negativas, a finales de los 80, no está fuera de la línea histórica de la Revolución. Se habían descuidado asuntos esenciales de la construcción del socialismo, ya alertados por el Che, y criticados por Fidel. Tuvo diversas causas, pero, en esencia, fue un descuido en la dirección de la gestión económica y en la ideológica que delineaba un camino torcido. Era imprescindible salvar las conquistas en las más difíciles circunstancias.

Desde entonces, diseñar un modelo económico para Cuba fue el reto más difícil de la Revolución; la prosperidad y la sostenibilidad, prometidas por cada programa, han chocado con cuanto obstáculo impone el imperialismo: la pandemia que nos detuvo (menos en la ciencia humanista); la naturaleza de ciclones y sequías; la crisis global; los conflictos internacionales y, si fuera poco, el impacto de nuestras propias ineficiencias.

Entonces, ¿de qué va hoy el llamado a corregir distorsiones y reimpulsar la economía? Debemos redefinir, en el momento histórico, la línea estratégica a seguir, más allá de las coyunturas. Aún con intermitencias, no comienza ahora la rectificación ni debe terminar dentro de unos meses, si queremos escarmentar por nuestra cabeza. Nada nos dice que en la marcha no cometamos nuevos errores y no atenderlos puede ser uno muy grave. Por eso se trata de entender que rectificar —como dijo Fidel en 1986— es solucionar problemas viejos y nuevos. Y será una estrategia infinita y no una campaña más.

• Enfrentar todo lo que se aparte del espíritu de la Revolución

El objetivo es ganar, en esta Economía de Guerra, dos batallas muy bien definidas: la económica y la ideológica. Si avanzamos en la estabilización macroeconómica, incrementando y diversificando los ingresos externos; aumentando la producción nacional, y desarrollamos el sistema empresarial con la integración entre todos los actores económicos; con la imprescindible transformación del entorno institucional, regulatorio y organizativo de funcionamiento de la economía; si además desarrollamos las políticas sociales y los mecanismos de protección a las personas y familias en situación de vulnerabilidad; así como si definitivamente logramos, entre todos, reducir las terribles lacras del delito, la corrupción, las ilegalidades e indisciplinas sociales; estaremos lográndolo.

Pero no solo por las leyes y directivas, sino por el convencimiento y el aporte desde los colectivos, con el debate y el consenso, rescatando el martiano decir: “Con todos y para el bien de todos”, sin rechazo a la crítica y a la autocrítica, buscando soluciones audaces e inteligentes, con el más realista de los optimismos, utilizando el arma más infalible y temida forjada en tantos años de lucha, y que Raúl llamó en Santiago la niña de nuestros ojos: la Unidad.

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