Foto: Tomada de Revolico.com

Rasillas impagables

A finales de 2023, mientras el Consejo Provincial oteaba el horizonte del 2024 y volvían a utilizarse palabras como complejidad y dificultad para describir lo que sobrevendría, se esbozó la concreción de un nuevo programa para la construcción y rehabilitación de viviendas que, ante la inexistencia o exiguas cantidades de cemento disponible, está llamado a pasar de alternativa a primera opción.

La puesta en marcha de hornos en varios puntos de la geografía provincial tendría que empezar a generar rasillas y ladrillos lo antes posible. Un mes después, desde la Empresa Productora de Materiales de la Construcción (PROMAC) y en el propio órgano de gobierno, se aseguraba que estaban “oyendo el cuento” 44 000 rasillas, con las cuales se podría impermeabilizar unos 1200 metros cuadrados de techos en edificios multifamiliares.

 

 
 

Se dijo más. Se dijo que al menos seis de los 10 municipios ya tenían listas las brigadas de techadores y solo restaba determinar qué edificios, en qué comunidades y a qué precios se acometerían las reparaciones. Días después, para cuando este semanario quiso conocer dónde y cuándo comenzarían esas acciones constructivas, no todo estaba tan claro.

El principal impedimento es el costo de las rasillas. No se supone que PROMAC tenga pérdidas al producir o comercializarlas, pero los montos previstos son impagables para la ciudadanía, toda vez que, desde hace ya un buen tiempo, cualquier reparación realizada en edificios multifamiliares debe ser asumida por los inquilinos, previa consulta y consenso.

La falta de concertación —motivada por un gasto que no todas las familias están en condiciones (o la intención) de tomar— es la que ha impedido, por ejemplo, que una madre cuyo apartamento se filtra y esa humedad pone en peligro la vida de su hijo asmático —cuyo caso expusimos en la sección Cartas Abiertas, precisamente en diciembre pasado y que fue contestada a inicios de este mes—, no encuentre solución a su problema.

Y como ella, otras muchas personas que le temen más a las lluvias de mayo que a los soles de agosto, porque les llueve más adentro que afuera. Y los que ni siquiera tienen un techo, o ansían ver al menos levantadas las paredes hasta la altura del arquitrabe, acaso la mejor esperanza de un día tener una casa propia.

Pero el principal problema aquí no es exactamente que los vecinos no se pongan de acuerdo —por los siglos de los siglos ha sido terreno a conquistar por la humanidad, imagínese si lo van a conseguir a la primera, justamente ahora—, sino que, aun existiendo los materiales, las obras no se ejecuten porque las fichas de costo son irrentables.

Una experiencia en Bayamo, Granma, habla de precios asequibles.

 

 
 

Ante esa paradoja, expresada en el hecho de que ya las rasillas estás fabricadas y compradas por PROMAC, pero ahora no hay quien asuma la pérdida que entrañaría subsidiar una parte del pago (habida cuenta de que los más interesados no van a querer/poder hacerlo), uno podría cuestionar si, en definitiva, la alternativa devenida única opción verdaderamente lo es.

Solo faltaría que alguien, calculadora en mano, sacara una cuenta que tantas veces se puso por delante en el pasado, no tan pasado: sale más barato importar la manta asfáltica impermeable que comprarles las rasillas a los tejares de Sancti Spíritus (porque a esa ficha de costo va el monto de la extracción de la arcilla, la transportación hasta el tejar, la fabricación, el acarreo de madera para los hornos, el salario de todos los que intervienen, los márgenes comerciales y cualquier otro etcétera, incluida la tasa de cambio informal de las divisas, en el caso de que sea una forma de gestión no estatal quien produzca).

El empleo de materiales locales y tradicionales está totalmente justificado para las condiciones actuales del país, y se valora, además, su menor impacto ambiental, comparado con las tecnologías derivadas del petróleo. Pero la necesidad y el exceso de voluntarismo nunca han techado nada. ¿Cómo es posible que las rasillas estén oyendo el cuento y ahora no haya cómo pagarlas?

Mientras en algún rastro miles de ladrillitos rojizos esperan un nuevo cálculo, las personas no resuelven su problema de filtraciones y cae en descrédito la palabra empeñada.

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