Enero, 2025.- Para este dos mil 25 se esperaba que Cuba estuviese incluida entre los países con mayores niveles de envejecimiento poblacional, un fenómeno que debe ocupar y preocupar tanto a la sociedad como a las familias y las instituciones del gobierno y del Estado a nivel nacional y territorial.
El ensanchamiento de la pirámide demográfica en la parte correspondiente a las personas mayores de 65 años y su estrechez en otros grupos de edades resulta aquí de la combinación de varios factores, incluidos el crecimiento de la expectativa de vida, los bajos niveles de fecundidad y natalidad, así como el impacto de la emigración.
Estas realidades obligan a implementar con urgencia las políticas demográficas dispuestas por el gobierno para enfrentar el envejecimiento de la población cubana, y adoptar otras en busca de mejorar cada vez más la salud, la calidad de vida, el bienestar psicológico y la utilidad social de los adultos mayores, de forma tal que puedan mantenerse activos y tomar parte creciente, según sus capacidades, en las actividades socioeconómicas de su entorno.
La atención a los grupos de la tercera edad no puede verse ni conformarse solo con la asistencia social a los más vulnerables o por la garantía de jubilación para los trabajadores, demanda programas de inclusión eficaces; adaptación de los espacios a sus limitaciones, vigilancia frente a la discriminación, observación de sus reclamos y necesidades y la educación de los niños y jóvenes en los valores de respeto y solidaridad con los ancianos.
Para muestra enumero solo un montón de cosas que pueden y deben mejorarse, y me explico: cuando todavía el proceso de informatización y bancarización de la sociedad cubana anda en pañales y el caos se aferra en algunos lugares de acceso al dinero físico, por ejemplo, urge pensar en ese anciano cuyas rodillas no soportan horas de pie frente a un cajero, o la diabetes le impide esperar un día tras otro, por el depósito de una pequeña empresa o por la decisión administrativa de cargar o no ese artefacto digital, en medio de una competencia desleal con el resto de sus congéneres de menor edad.
No debe ocurrir, tampoco, que por muy subsidiados y limitados que sean los alimentos elaborados en los sistemas de atención a la familia, estos se dispensen sin la presencia adecuada o con la calidad requerida en consideración a los comensales beneficiarios.
La pobreza y la carencia de oportunidades no debieran mezclarse con la falta de respeto a la dignidad humana… En medio de tantas escaseces y limitaciones se debe continuar pensando en los más viejos con mayor cariño y empatía, poniendo nuestro pellejo en su lugar siempre que hablemos o decidamos por ellos.
El socialismo, la Revolución, los gobiernos, las instituciones, las comunidades y las familias tienen esa obligación histórica, y han de asumirlas con certeza para demostrar la profundidad de ese humanismo fidelista del que hablamos con orgullo en cualquier tribuna.
Martí lo dijo: “¡…Los ancianos son patriarcas […]; regocijo del espíritu, gusto de los ojos, orgullo para los que nacemos, y gala y lustre de las copiosas memorias de la patria! ¡[…] que bien hace el que los consuela! En la calle nos debíamos quitar el sombrero cuando pasa algún anciano. Cualquier otra actitud, es una infamia”.