Nov, 2024.- Es increíble, pero aunque pensemos que no, cualquier cosa por sencilla que parezca puede hacernos feliz. Una sonrisa, una frase de halago, un beso, un abrazo o el más efímero de los te quiero.
La vida impone retos, muchas tristezas y también, alegrías. Nos exige resignarnos, nos enseña a no olvidar y convoca a recordar la más humilde de las anécdotas que tanto reconfortan.
Hoy recuerdo mi niñez rodeada de seres muy queridos que el destino quiso desprender de mi camino. Tías adoradas que viven lejos, otras que el tiempo les apagó su risa y carisma. Abuelas que acariciaron mi frente y peinaron mis cabellos hasta dormirme. Primos muy amados que en otras naciones hacen realidad sus quimeras. Abuelos cascarrabias que rememoro en un gesto, en una expresión y hasta por el color de una bicicleta.
No hay dudas, la existencia toma rumbos y cada cual elige su camino, suerte para mí contar con mis padres que tanto adoro, gracias a ellos soy lo que soy y aunque ya tengo un hijo y soy madre y esposa me siguen viendo como la infanta que no temía subirse a los escenarios y cantar la más difícil melodía, como la bailadora insaciable que disfrutaba al máximo cualquier tipo de género, la intrépida criatura que ganaba amistades al punto de ser hoy a sus 54 años, una hija conocida por muchos, razón que hace a mi vástago exclamar ¡Mamá, qué manera de quererte la gente!
Quizás ese don de ganar amistades lo heredé de mi papá, jovial y guarachero, o tal vez lo adquirí de los méritos que supo cultivar mi madre, educadora ejemplar que aún hoy entrega y comparte su sabia con todos los que necesitan de su incondicional apoyo.
Como dice una conocida melodía del siempre eterno Juan Gabriel, no tengo dinero ni nada que dar lo único que tengo es amor para dar, eso, les aseguro, me sobra, porque pienso mucho en el prójimo, en el humilde como yo, en el que trabaja y se gana su sustento dignamente, en el que no lástima, en el que responde como debe ser, en el atento y agradecido, en el que comprende que pese a todo puede contar conmigo.
Me declaro adicta a mi trabajo, no sé si es defecto o virtud, pero siempre que lo hago líbero energías aunque me sienta estresada. En mi labor como periodista encuentro el nido donde nace mi primera sonrisa y en los míos, los más cercanos, los que ya no están y reposan en el camposanto, los que viven lejos, dibujo mi pasado, presente y futuro.
A pesar de todo doy gracias a la existencia por sus avatares y tristezas, por sus despedidas y recibimientos, por el legado de los que ya no están, por saber que los que viven lejos están ahí, por demostrar que sin esfuerzo y entrega nada es posible.
Para la vida toda mi gratitud, por el amor, por los míos, por mis buenas amistades.