Abr, 2025.- Entre el suelo húmedo y el sol de la tarde, la niña guaimareña Daniela Bruzón Escobedo, de apenas siete años, encuentra un refugio que va más allá de su edad. Su jardín, pequeño, pero lleno de vida, se convierte en un espacio mágico donde rosas y amapolas florecen bajo el cuidado de sus manos. Para ella, este sitio especial no es solo un rincón hechizante; es un mensaje.
Con ternura, Daniela explica que las flores están dedicadas a los niños palestinos. Habla con una convicción que sorprende, como si en su inocencia albergara un profundo entendimiento del dolor ajeno. Por un instante, su rostro cambia; sus ojos, brillantes como el astro rey, se oscurecen con una tristeza palpable, como si cargara un fragmento del mundo.
Por su inocencia, por su vida, por su dignidad. NO DEJEMOS DE HABLAR DE PALESTINA.
Publicado por Antonio Gamez Aguilera en Domingo, 20 de abril de 2025
En ese momento, su madre la calma con palabras suaves, llenas de amor. Daniela respira hondo, y con un leve temblor en la voz, señala las rosas blancas. “Son para niños como yo”, dice. Por siempre soñadores que buscan el cielo pletórico de estrellas.
Su jardín, más que tierra y pétalos, es resistencia y esperanza. Sin entender de fronteras ni política, Daniela alza su voz a través de flores. Cada rosa y amapola se convierten en testimonio de que, incluso los corazones más jóvenes, pueden abrazar las heridas del mundo y llenarlas de belleza.