Oct, 2024.- El hombre se nutre de la tierra en la que nació. Aunque pueda habitar en otros suelos, la madre patria siempre mantiene su significado, tan vital como la que lo acoge y abriga. El paso del tiempo deja su marca más profunda en el terruño, en las orillas de los árboles, la solidez de las rocas, los cristales, en cavernas y columnas. No existen dudas acerca de la diversidad que ofrece el avance del ser humano.
Sin turbulencias geográficas, el terreno se presenta sin grandes accidentes. Lomas dispersas transforman la hacienda en un espacio accesible a la vida y al deseo de explorarlo. El hombre, con su cofradía, habita en sus recovecos existenciales. Una vez más, todos, sin importar raza, credo o edad, se alimentan de la riqueza simbólica, real y tierna del aire cálido que nunca falta en la región más oriental de Camagüey.
Un riachuelo de amplio contorno permitió el asentamiento de los primeros habitantes. Los aborígenes alfareros modelaron el barro, marcando así los inicios de la comarca. Sus pobladores le otorgan utilidad y virtud. Hombres, mujeres, jóvenes, ancianos y niños le ofrecen consagración eterna.
Visitantes foráneos e hijos reciben el honor de saber que Guáimaro es reconocido en la nación como la cuna de la constitución de la República en Armas, una urbe añorada por sus descendientes, lugar donde la mirada puede perderse y llegar hasta sus confines con el orgullo de tocar su belleza.
La dicha acompaña a la comarca desde el momento de su nacimiento. Es un sitio próspero. No es un manglar ni una ciénaga, sino una extensa zona bañada por un río empeñado en no desaparecer. Las sabanas, llanuras y algunas elevaciones componen esta zona, postal encantada por el intenso verdor de los árboles, pastizales y sembradíos. (Foto Archivo)